martes, 21 de abril de 2015

Doce inyecciones

Tenía 12 años. Era verano y me encontraba en la casa de un amigo. Estábamos en su cuarto escuchando Black Sabbath y bebiendo el Cynar de su padre. Claro que sus padres no se encontraban en la casa. Así que sin pudor alguno saboteamos la heladera y nos preparamos una jarra de jugo de naranja, a la cual le agregamos un tercio de la botella del aperitivo. También entramos al cuarto de sus padres y hurtamos algunos cigarrillos que su madre guardaba en la mesita de luz. Cuando la abrimos, noté que tenía unos seis o sietes cartones de Le Mans. Menuda fumadora la madre de mi amigo. A mi particularmente no me gustaban esos cigarrillos, prefería los negros tipo Parisiennes o 43/70, pero en época de guerra…
Mi amigo decía que su madre siempre llevaba la cuenta de los atados que sacaba por día por lo que se daría cuenta del hurto, y al primero que lo acusaría sería a él. En fin, logré convencerlo para que sacaramos un atado entero. Volvimos a su cuarto y decidimos sacar su centro musical al patio. Era un día estupendo. El sol estaba fuertísimo, pero el viento calmaba el calor.
Eran las cuatro de la tarde y para cuando nos dimos cuenta la jarra ya se había terminado. Así que mi amigo empecinado en seguir bebiendo, dijo que fuéramos al estudio de su padre, allí guardaba whiskys y demás bebidas fuertes.
Era la segunda vez que yo entraba a la oficina de su padre. Era muy elegante y era todo de madera; los muebles, las paredes, el techo, el piso, todo madera. Había un gigantesco escritorio que estaba por demás ordenado y una biblioteca llena de libros gruesos. Nos dirigimos a la vitrina donde estaban las bebidas. De whiskys: J&B, Black Label, Chivas Regal, Wild Turkey Jim Bean, Ballantines. También había licores y aperitivos, Campari, Martini, y demás marcas desconocidas para nosotros. Todo de gran calidad y a nivel internacional; vodka finlandés, ginebra holandesa, ron guatemalteco, y hasta tenia una botella de mezcal mexicano aun sin abrir, con el gusanito flotando en el fondo de la botella. Miramos las botellas alucinados y estuvimos un instante meditando cual escoger, nos decidimos por el Wild Turkey, el nombre nos parecía muy significativo, y su color le daba apariencia de brebaje de cobre.
Así que echamos un poco de la pócima en la jarra y fuimos ala cocina a completar con jugo de naranja. Luego volvimos al patio y empezamos a jugar a las damas. Jugamos tres partidas, gané la última. Mi amigo dijo que se iba a pegar una ducha y que sus padres no volverían hasta las nueve. Yo me quede en el patio leyendo una revista.
Mi amigo me pegó un grito desde dentro de la casa. Fui a ver que quería. Me dijo que sobre la cocina había una bandeja con varios huesos y demás alimentos mezclados. Dijo que se los de a los perros. Tomé la bandeja que rebalsaba de comida vieja, panes duros y algunos huesos de pollo y fui al patio. Llegué al galpón que estaba en el fondo del patio y les acomodé la comida en un costado. Eran tres perras y un perro grande. Volví a sentarme donde estaba y seguí leyendo la revista.
En un momento escuché un graznido y ví que el perro estaba tomando a una de las perras por el cuello. Se están peleando por la comida ―pensé―. Tomé la manguera, abrí el agua y comencé a mojarlos mientras les gritaba. Los cuatro perros salieron corriendo y se metieron dentro del galpón. Cerré el agua y volví a sentarme. Mientras leía la revista, de reojo, observaba a los perros que ya habían salido del galpón y seguían comiendo. El perro mas grande les gruñía a dos de las perras, no las dejaba comer. Así que le pegué un grito y el perro comenzó a observarme, bajé la vista y seguí leyendo. Eche un trago a la jarra y encendí un cigarrillo. Una de las perras empezó a comer junto a su lado, este empezó a gruñir y le echó un tarascón en la pata, luego se lanzó sobre otra de las perras y comenzó a morderla. Me levanté de un salto y abrí la canilla, comencé a bañarlo. Salieron corriendo y entraron al galpón otra vez. Entre insultos yo le gritaba que las deje comer en paz. El maldito perro me observaba y me gruñía. Volví a mi asiento y salieron otra vez. «Que ni se te ocurra» grité al perro. Como si entendiera lo que le decía. No me hizo caso y se lanzó contra una de las perras, la más pequeña. Dos de las perras eran sus hijas. «Te la buscaste» dije. Eché un buen trago a la jarra y tomé una escoba que estaba apoyada contra la pared. Me paré junto al perro y empecé a decirle que se deje de joder. Tomé la escoba con las dos manos y como si fuera un palo de golf la lleve hacia atrás para tomar vuelo. Antes de que pueda tocarle un pelo ya tenía al perro abalanzándose sobre mí, salí corriendo y como pude le arrojé la escoba. Claro que no le pegué. Me subí a una mesada que estaba llena de herramientas y el perro se quedo ladrando y mirándome. Tomé una llave del 10 y se la arroje en la cabeza, le erré por un poco. Entonces se puso mas furioso, parecía que no se iba a ir más de ahí, pero como si nada dejó de ladrar y volvió a su sitio. Comenzó a atacar a los demás. No dejaba comer, ni a sus propias crías. Era un mal nacido. Me bajé de la mesada y tomé la manguera, abrí la canilla y empecé a mojarlo. Se metió adentro. Las otras tres perras se quedaron comiendo. Volví a sentarme. Salió el perro del galpón y comenzó a ladrar a las perras. Eché otro trago a la jarra, me levanté y en un reflejo vertiginoso caminé hacia donde estaba. El perro se dio vuelta, comenzó a gruñirme y se puso en posición de ataque. Me quedé mirándolo y le grite ¡cucha, cucha! Se dio vuelta y siguió comiendo. Así que me dije que ya era suficiente. Traté de no pensar y me lancé sobre él. Estaba por caer sobre su lomo, pero el maldito se corrió y caí sobre el piso, me golpeé el codo. Comenzó a ladrar junto a mi cara. Me incorporé aturdido y le dije que lo nuestro no había terminado. Volví a lanzarme sobre él, esta vez no le erré. Intenté tomarlo por la cabeza para que no me mordiera, pero se zafó y me tiró un tarascón en la muñeca. No llegó a clavarme los colmillos pero me hizo un raspón de diez centímetros. Volvió a ponerse en posición de ataque, yo también. Le lancé un escupitajo que dio directo en su nariz. Salto hacia mí. Traté de darle un puñetazo cuando estaba en el aire y me mordió la mano. Pegué un grito y retrocedí. Me miré la mano, y bajo los nudillos, en los dedos, tenia tres puntos de los cuales caían pequeñas lagrimas rojas. Ahora si tenia miedo.
El perro estaba descontrolado, entró al galpón y comenzó a morder a una de las perras. Entré yo también y me volví a arrojar sobre él, esta vez si pude sujetarle la cabeza, aunque no por mucho tiempo… Su cabeza se zafó de mis manos y con una precisión casi mecánica me mordió el brazo, entonces con el otro brazo intenté voltearlo al piso pero fue imposible. Tenía la fuerza de mil demonios. Con el brazo herido le lancé un puñetazo a la cara pero le di en el cuello. Me lanzó otro tarascón pero yerro por poco. Así que volví a arrojarle otra mano, pero esta fue directa al estomago. Dio un fuerte ladrido y con las dos patas delanteras me tiró al suelo. Quería morderme la cara pero yo me cubría con ambos brazos. Estaba a punto de creer que me mataba hasta que escuché un violento grito «¡Pancho!». ¡Menudo nombre le habían puesto!. «¡Pancho, cucha!» Era mi amigo que estaba parado en la puerta del galpón. El perro pegó un salto y se escondió en un rincón del galpón. Él muy cobarde no se atrevía a enfrentarse a su dueño. Mi amigo se acercó y me ayudó a reincorporarme. Me pidió disculpas y me preguntó que había sucedido. Le conté que el muy cabrón aparte de no dejar comer a los demás, casi se los come también. Volvió a pedirme disculpas y me dijo que no me tuve que haber metido. Le dije que de alguna forma tenia que calmarlo. En fin, me trajo un frasquito con un líquido rojo y me lo tiró sobre las heridas, tenía los brazos como un colador. Con un poco de vergüenza me dijo que ninguno de los perros estaba vacunado. «¿Y que? » dije «Vas a tener que ir a ver a un medico» me contestó. Casi me largo a llorar, me dolía mas ir al medico que las mordeduras en si. «No hace falta ―le dije― ya no me duele». «Pasa que estos perros son de la calle ―dijo― y nunca los llevamos al veterinario, no se que enfermedad puede tener». ¡Jo! Menudo rollo en que me había metido ―pensé. Los padres de mi amigo llegaron y él les contó lo sucedido. Me resistí pero fue en vano, me llevaron al hospital. Me pusieron vendas en las mordeduras y una vacuna antitetánica, yo tampoco estaba vacunado. Espero que ese cabrón se enferme ―pensé. El médico les dio la dirección del centro antirrábico a los padres de mi amigo y les dijo que lleven al perro para saber si tenía rabia o algún otro bicho.
Al otro día llevaron al perro. Cuatro días después ya estaban los análisis. El maldito tenía rabia. Me tenían que vacunar. Cuando hablé con la enfermera, muy amable por cierto, me dijo que me tenía que poner doce inyecciones en el lapso de doce semanas. «¡¿Doce?!» le dije. Me extendió una especie de receta con una dieta escrita. Nada de alcohol, nada de grasas saturadas, nada de azúcar y nada de nada. «Pero yo no quiero adelgazar» le dije. Sonrió y me dijo que era necesario para que el medicamento haga efecto en mi organismo.
Cumplí todo al pie de la letra, adelgace tres kilos y nunca mas me volví a meter con un perro.

Noviembre 2011

viernes, 7 de noviembre de 2014

«El brillo, ¿por qué es tan fuerte?»

“Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las
ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.”
Raúl González Tuñón








Ernesto es calvo y tiene puntos y manchas oscuras en la piel. Su rostro es arrugado y sus ojos son increíblemente pequeños, como si siempre observara la lejanía. Lleva un ambo verde oliva comprado en Yves Saint Laurent. Sus zapatos Brogue de cuero marrón brillan a la luz de las farolas que iluminan la plaza. En el centro de esta, una gran fuente lanza chorros de agua hacia el cielo. En diagonal, a unos veinte metros, se encuentra Ernesto, sentado en un banco de concreto anatómico. Tiene las piernas cruzadas, y sobre la rodilla derecha descansa un periódico doblado por la mitad.
Una joven pasa junto a su lado y lo ve sin atención, por puro reflejo. Ernesto la mira y le dice, «Disculpe, señorita, ¿me podría decir la hora?» La joven se detiene y se observa la muñeca:
—Van a ser la una menos cuarto —le contesta.
Él le da las gracias y vuelve su mirada hacia la fuente. Ella sigue camino. Cada tanto, Ernesto, vuelve su mirada hacia la punta de sus zapatos. Solo mira dos puntos: la fuente y sus zapatos. Sus largos y delgados dedos golpean sobre el periódico a un ritmo sincopado.
Una joven pareja está sentada al pie de un Jacarandá. Se levantan y caminan hacia una de las paradas de colectivo. Pasan frente a Ernesto y este les pregunta la hora.
—Disculpen —dice Ernesto en tono cordial—, ¿serian tan amables de darme la hora?
La joven sonríe y saca su teléfono celular: «Es la una menos diez». Ernesto les da las gracias y ellos siguen camino.
Luego de un rato empiezan a verse algunos refucilos entre la nubes, Ernesto observa. Las nubes hinchadas y brumosas están rosadas y cubren el cielo. Un refucilo más intenso hace que Ernesto abra un poco más los ojos. Unos segundos después, emerge el sonido del trueno, como desde el centro de la propia tierra. Un hombre vestido con mameluco azul pasa frente a Ernesto y dice en voz alta:
—Parece que se va a largar.
—¿Tendría usted hora? —le pregunta Ernesto sin vueltas.
El hombre se detiene algo desconcertado y le da la hora. «Muy amable», contesta Ernesto.
Empiezan a caer algunas gotas. Ernesto vuelve su mirada al piso y observa los puntos que forman sobre las baldosas. Todo se va llenando de más puntos. Ahora las gotas son más grandes. Las personas aligeran el paso hacia las paradas. Algunas se ponen bajo un árbol. Un muchacho pasa casi corriendo frente a Ernesto. Ernesto le pregunta la hora. «No sé» dice el muchacho sin detener la marcha. Detrás de él, una señora retacona, de unos setenta años, camina ligero pero con cautela para no caerse. Ernesto le pregunta la hora.
—Son la una y diez —contesta la señora, que sostiene sobre su cabeza un bolso Clutch con forma de sobre gigante.
Ella se queda un instante observando a Ernesto. El aguacero aumenta.  
—Señor..., por qué no va bajo techo —dice—, se está por largar un chaparrón.
—Quiero pensar —dice Ernesto mirando hacia la fuente.
—¿Pensar? —dice la señora.
—Si…, pensar —responde él.
—¡Pero, hombre, se puede enfermar!
—A mi edad ya no me enfermo más —dice Ernesto.
Ella ríe y dice: «Ay, señor... Ja,ja, bueno, pero cuídese. No se quede pensando mucho». Él le sonríe y le hace una reverencia con la cabeza. Ella sigue. Ernesto se observa los zapatos un instante. «El brillo, ¿por qué es tan fuerte?», piensa. Vuelve su mirada a la fuente. Sus dedos flacos golpean sobre el periódico.

Diciembre 2011.

miércoles, 23 de abril de 2014

Bestias mitológicas
encerradas en cavernas congeladas
que no se adecuan a las normas
Feroces regocijos
alientan la palmada, el desprecio
y algún santo que no calla
ni se piensa, ni se sabe
Jolgorio de 3 am
en las salpicadas caras
que ampollan esos
ojitos de incertidumbre
que mantienen a flote
el suspiro
si es que hubo alguno
si es que hubo
si es que
si es
si


Rastrojeros saltimbanquean
calle machucada
y las bestias siguen encerradas
El granito de arena que
creías ver
que creías ver nacer
que creías que podía ser
la salvación
lo que confusamente llamas
salvación
y solo lo haces
porque no te queda
otra
si es que alguna vez
hubo alguna
No me creas desmemoriado
pero yo se
(me parece)
que te desubicas
según tu gusto
no mi forma
Y a eso solo queda
una posible solución:
da vuelta la página

martes, 15 de abril de 2014

LAS MANOS



las manos esclavas
las manos de niños esclavos
las manos de un mundo de esclavos
un mundo de igualdad:
todos esclavos








Julio César Pol

Poeta puertorriqueño

viernes, 4 de abril de 2014

Fin de semana





Hace poco tuve una re pesadilla, pero que luego se tornó agradable. Soñé con Freddy Krueger. Yo estaba caminando por un supermercado, entre las góndolas, y en una de esas, de la nada, se aparece Freddy Krueger. Re sacado. El chabon mira para todos lados con la mirada re sacada. Se acerca a una embarazada que estaba observando los precios de los postres, y con la mano que tiene normal le empieza a tocar el orto. Re atrevido el chabon, después no se que flasheó y empezó a pinchar las botellas de coca cola y salían chorros de coca como si fuera una manguera a presión. El chabon pone la boca y empieza a tomar. Pero eso no es todo, en una me ficha y empieza a caminar hacia mi. A mi se me frunció el orto, que queres que te diga. Cada vez se acerca más, y cuando esta cerca mio lleva su brazo hacia atrás dándole envión como para darme un zarpazo, yo grito: ¡¡noooo!! Y el milagro sucede a tiempo. Se escucha una voz que grita: ¡Freddy! lo nuestro aun no termino. Era un chabon vestido con equipo de gimnasia, el contorno de su cuerpo se veía enigmático, intente divisar su cara, pero la visera de una gorra que traía puesta impedía ver sus ojos. Freddy se detiene y se queda tieso observando, pero su semblante muestra seguridad. El recién llegado comienza a caminar hacia nosotros, y antes de que vea su rostro grita: ¡Deja al pibe en paz, la puta que te parió! Levanta la mirada y veo que es Benji Price, el aclamado arquero de los Supercampeones. Freddy comienza a reírse como un idiota. Benji saca una pelota y dice: Te voy a hacer cagar hijo de puta! y le patea un pelotazo. Freddy la pincha con una de sus garras. La hace estallar en mil pedazos. Se agarran mano a mano. Empiezan a pelear, Freddy le hace un tajo en el brazo a Benji, pero este no se achica. Pega un salto y le encaja una patada voladora en la nuca, Freddy cae. Ahí Benji pega otro salto y cuando desciende le atizó un golpe en los huevos. Freddy pega un grito con voz aguda: ¡¡putoooooo!! A todo esto la gente se escondía detrás de las góndolas. Yo me acerco a Benji como para abrazarlo de la emoción, y para agradecerle, y siento una especie de calor en la espalda, empiezo a toser. Freddy me navajeó un pulmón. Caigo al piso, Benji grita: ¡noooo, enfermo hijo de mil putas ¿que hiciste?! Entonces Benji pega un salto (siempre andaba pegando saltos por ahí) y se tira encima de Freddy, le empieza a dar masa. Le rompe la nariz. Freddy lo empuja y logra sacárselo de encima. Yo veo todo esto mientras agonizo. Freddy se incorpora y trata de sacarse la sangre que le chorrea por la cara, pero el imbécil se pasa la mano que tiene el guante y se hace un tajo en la cara y empieza a gritar. Eso lo saco aun mas. Benji empieza a tirarle una especie de lluvia de pelotazos, pero Freddy muy ágil las esquiva. Se acercan y luchan cuerpo a cuerpo. Ya es el final. Alguno de los dos va a morir.  Benji le patea en las pelotas otra vez y Freddy cae al piso en posición fetal. Como Freddy también es elástico (ya que siempre esta dentro de un sueño) estira el brazo y le da un tajazo en los tendones que están detrás de la rodilla, Benji cae al piso al toque. Desangra. Freddy se incorpora y rengueando se va acercando a Benji. Este comienza a retroceder, arrastrándose. En el piso va quedando una franja roja de sangre. Yo que observo esto, estoy cada vez peor. Mi visión se apaga lentamente. Freddy se agacha para dar el ultimo zarpazo y eliminar a Benji. Yo ya no doy mas. Tampoco quiero ver, cierro los ojos. Espero ya el fin. Pero de repente escucho  gritos de Freddy. Abro los ojos y me los restriego. Hay dos seres que están levantando a Freddy en el aire. Uno de cada brazo. Observo mejor y noto que también tienen ganchos en sus manos. Veo mejor, y lo comprendo todo. ¡Están aquí para salvarnos! son Wolverine y Edward el joven manos de tijera. No lo puedo creer. Lo tienen a Freddy en el aire. Ambos se agachan, toman vuelo y salen impulsados hacía arriba. Ya en el aire, cuando llegan a gravedad cero, Wolverine amaga a que le va a dar un zarpazo, pero cambia la trayectoria del golpe y le da una patada en las pelotas. Freddy en el aire se pone en posición fetal otra vez. Comienza a caer al grito de: ¡mutante del orto! ¡la concha de tu deforme madre! Wolverine y Edward descienden pausadamente. Esta inmóvil, parece que tiene algún hueso roto. Edward se apresura y le saca el guante. Me ven, se acercan a mi y me dicen que resista, que todo va a estar bien. Yo empiezo a cerrar los ojos. Pero al instante escucho bocinazos. Es una bocina como de camión. «Ahí vienen» dice Wolverine. Con el último esfuerzo abro los ojos y me quedo impresionado al ver un colectivo semejante. Es un colectivo que dentro hay gente gritando, cantando. El colectivo está pintado con colores lisérgicos, como el de los Merry Pranksters. Frena a unos metros de donde estamos. Se escucha mucho barullo, no puedo divisar quienes están dentro. Desciende del ómnibus, algo que parece ser una mujer. Está encapuchada, con un gran vestido blanco. Es radiante. Despide una luz casi cegadora. Se para junto a mi, Wolverine y Edward se hacen a un lado. Ella se agacha, acerca su boca a donde tengo el tajo en la espalda, y comienza a soplar. Un enorme halo de luz ilumina todo desde su boca. Empiezo a sentir un frió satisfactorio que recorre mi cuerpo. Me empiezo a sentir mejor, con mas fuerzas. En un momento la luz se vuelve imposible, y en un segundo se apaga.Aún débil, pero recuperado del todo, empiezo a darme vuelta. La mujer me ayuda. La miro y le digo titubeando: Gracias, ¿pero quien es usted? Se sacó la capucha y me dijo: Soy Saori, Saori Kido. Me quedé helado. ¡Era Saori Kido! la reencarnación de la Diosa Atenea. Me ayudó a levantarme. Mientras veía que Wolverine y Edward habían bajado del colectivo una especie de camilla vertical con rueditas, en donde estaban sujetando a Freddy con lienzos. Edward subió cuidadosamente a Benji al colectivo para ser atendido. Wolverine le metió a Freddy en la boca algo que parecía ser una pastilla. Le dijo: Quédate tranquilo que no es veneno. Luego le colocó un bozal al mejor estilo Hannibal Lecter, y con Edward lo subieron al colectivo. Saori me llevo hasta la escalera del mismo, y me dijo: Vos decidís. Si te queres quedar acá, solo, o venir con nosotros. Estamos haciendo un viaje de ácido, vamos a Chascomus a pasar todo el fin de semana de pepa. ¿Que haces? A partir de acá el resto es historia. Pase el mejor fin de semana de mi vida, y me encamé con Jessica Rabbit.



martes, 1 de abril de 2014

* Fragmento de una posible micro-novela, aun en periodo de gestación (y poco propensa a la hipernarrativa)




  • Cuando era chico íbamos con mi familia a San Bernardo casi todos los veranos.
  • Un verano pasamos una semana en una casa alquilada que se situaba en un barrio de chalets y calles de conchilla que quedaba a diez cuadras de la playa.
  • Los únicos niños éramos: mis dos primos, que eran hermanos, y yo.
  • Para mantener ocultas sus identidades, voy a llamar a mi primo Hansel y a mi prima Gretel.
  • Yo tenía once años, Hansel doce y Gretel nueve.
  • En la esquina había una plaza con muchos arboles.
  • Empezamos a ir allí.
  • Al segundo día nos hicimos amigos de cuatro pibes que eran del barrio. 
  • Tres chicos y una chica.
  • En el centro de la plaza construimos una especie de fuerte con ramas aun humedas que estaban apoyadas sobre un enorme pino.
  • Esa semana llovió tres días seguidos.
  • Algunas de las tardes nos la pasamos en el fuerte contando historias de terror o cualquier cosa, ya éramos un grupo de amigos consolidado.



  • El último día, minutos antes de irnos, Hansel y Gretel me dijeron para ir por última vez a la plaza.
  • Acto seguido, Hansel y Gretel comenzaron a derribar el fuerte que con tanto esfuerzo habíamos construido con los demás chicos.
  • A partir de ese día la palabra de Hansel y Gretel, para mi valen una mierda.




lunes, 31 de marzo de 2014

Alguna vez

Todos necesitan llenar huecos en su vida. Los actos cotidianos de la realidad ordinaria no son suficientes. A decir verdad, ni siquiera son.
Hay momentos que parecen estar dentro de un ensueño. Son momentos en los que el cerebro ya no aparece resguardado detrás de una vitrina. Está detrás de la vitrina, pero también, en simultáneo, al costado. Al margen. Con una vista privilegiada. Ya no es una apreciación parcial de las cosas.  Ya ni siquiera es una apreciación.
Él sabe que todo es una excusa más para olvidar el final. El abrupto final de lo que él cree que es la posibilidad de ser. La posibilidad de valer algo. De estar en algo. De estar.
El geriátrico en el que se encuentra actualmente no es un lugar ingrato para él. Recibe la atención que cree merecer. Cuatro comidas por día, sabanas que se lavan una vez a la semana, paseos por el parque, el vasito con píldoras de numerosos colores: rojo, azul, verde, blanco, rosa. De vez en cuando alguna salida al Parque Japonés o a los Bosques de Palermo. Todo parece ser como alguna vez lo imaginó. No como lo soñó.
Desde que falleció su esposa, él mismo no puso impedimentos para evitar el geriátrico, como antes tantas veces lo había rechazado. Su familia tomó principalmente la decisión, de todas maneras.
Llenar huecos, eso piensa en este momento. Mientras la enfermera más antigua del lugar, se pasea balanceando su culo gordo. Entonces piensa que ya no va a ser posible llenar esos huecos. Esos espacios delimitados. Donde todo parece tomar velocidad. Siendo así una suerte de caída vertiginosa, desde un no lugar.

No va a ser posible el reencuentro con la mujer que ama. No va a ser posible que el devenir de las cosas gire sobre su sentido y todo vuelva a ser ensueño. Como alguna vez creyó soñarlo. Como alguna vez creyó.


***